lunes, 28 de abril de 2008

Alfabeto

Mirá, a Romeo, como sabrás (fijate en Shakespeare), le bastó con venitisiete palabras para besar en la boca a Julieta.
Yo llevo gastadas en este diario miles de palabras, supongo, y no es que no te haya besado en la boca (y en todo el cuerpo, que lo nuestro empezó con un beso), sino que tengo la sensación (lo da la ausencia) de no haberte besado nunca. Todo mal.
¿Te tuve alguna vez? En todo caso, tengo conciencia de que vos me tuviste a mí. Y sin palabras, o hablando de otra cosa. Cada día está más claro que yo soy Verlaine y vos Rimbaud. O para poner un ejemplo más honesto, que yo soy Santa Teresa y vos, el ángel transverberador.
Ya otras veces lo anoté en este diario.

Pero, por qué este derroche de palabras para decirte? Bueno, ni siquiera está claro que este diario verse sobre vos, vaya dedicado a vos, ni siquiera está en limpio que su amarillo te ilumine o que tu amarillo lo ilumine. Escribí otros diarios íntimos. Quizá no ha escrito uno otra cosa que diarios íntimos, porque son el único género (o ausencia de género) en que la literatura florece pura, literatura sin el melodramatismo de la novela/novela.
No hay que olvidar que melodrama no es otra cosa que un drama con música. En nuestra vida hay más música que drama, porque en tu bandeja siempre suena algo, y al drama preferimos callarlo (ya era hora).
Veintisiete palabras, Rimbaud/Julieta ¿Rimbaud/Romeo? En el teclado de mi máquina cuento veintisiete letras. Con esa sola palabra de veintisiete letras que es el abecedario te lo quiero y puedo decir todo:
-Abcdefghijklmnñopqrstuvwxyz.
Ya está.
Queda como una declaración de amor en ruso.
Pero superé la marca de Romeo. Veintisiete palabras es una bocha, aunque sean de Shakespeare. (Sobre todo si son de Shakespeare.)
Veintisiete letras. Las que hay. Y ya está. En este jeroglífico de los egipcios descoloridos que somos, está toda la literatura, toda la filosofía, toda la poesía, están Quevedo y García Lorca, Borges y Garcilazo, Baudelaire y Perse. En ese jeroglífico colegial, infantil para nosotros, infinitamente enigmático para un chino o un marciano, estamos vos y yo, amortajados como dos perfiles de Pompeya sobre el barro cocido del habla popular.
Como dos príncipes persas.
Como dos vasijas precolombinas de huesos macho y hembra.
Nuestro abecedario nos embalsama y nunca pensamos en eso. Nos embalsama, sobre todo, a quienes lo usamos tanto. Así estamos, pibe, en esa palabra de veintisiete letras, códice indescifrable, grafito del siglo XXI, que es un siglo cualquiera, palimpsesto de una civilización que ya pasó y ni nos enteramos.
Así estamos vos y yo, descifrados e indescifrables, como la eterna ninfa y el eterno fauno de todas las culturas. Alguien, nadie, quizá el dedo de la nada, nos deslindará un día como línea pura.
Dibujados.
De perfil.

1 comentario:

e dijo...

Un descubrimiento sorprendente y muy feliz. Siendo difícil de conformar, hoy me cambiaste la mañana.