lunes, 28 de abril de 2008

A la mañana siguiente, cuando nos despertamos, hiciste bolas con la nieve que había quedado -nata de nieve- en el alero de la ventana, y las dejaste caer hasta allá abajo, a un fondo vagamente industrial con cielo de uralita y dibujo, también de nieve.
Cada astro caído de tu mano, vertical y pesado, en una caída que da la dimensión exacta del día y la velocidad quieta del cielo, se estrella contra la nieve de abajo y la uralita, dejando un estallido negro, inseperado y no visto en la profundidad lóbrega de lo blanco. Pasaste horas produciendo y mirando este planetario de estrellas inversas sobre un techo industrial de las traseras de la ciudad. Sólo desde acá arriba podemos ver el milagro en su belleza invernal y casual, mientras que la sombría bandera de la continuidad se despliega vastamente sobre Mar del Plata.

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