martes, 29 de abril de 2008

Orgía cosmética

Hay días en que me lavo la cabeza con mucha frecuencia, y lo mío es una orgía de jabones, geles, champúes, cosas que me robo en el súper, cosas que me regala el farmaceútico, que está enamorado de mí y me llama "flor de la mañana" y así y yo me pongo muy deprimida por gustar tanto a esta clase de personas:

-Ya sólo triunfo con pelotudos. Debo estar gordísima.

Para pasar la depresión, me lavo la cabeza, desnuda toda en la ducha, dejando que los lujos para el cabello me resbalen por todo el cuerpo, en un hermoso e inseguro recorrido que siempre olvida un copo de espuma en un pezón o en una axila, como una batalla perdida o ganada, más la frontera de nieve que se acumula en el borde del pubis, como las fronteras naturales que se acumularon en el invierno de Rusia, dejando a Hitler y a Napoleón varados en la blancura incorporada, saludándose cada uno en su idioma, derrotados, desconcertados y sin entenderse (algo así deduzco del libro de Historia que estoy leyendo, mientras me lavo la cabezay de paso me ducho, o a la inversa).
Nunca me seco la cabeza, ni me la peino, de modo que lo que soy durante todo el día es una fuente romana con la melena de piedra mojada por el agua y el viento de los turistas.
Quizás, si hay sol, me pongo un rato en el quicio de la ventana, o en la terraza, con el gato en el regazo, y el sol me peluqueriza mis cabellos de angel de Pasolini, una selva negra, salvaje, joven y hermosa donde para aliviar un poco de tanta fiereza, me pongo una cinta en lazo.
A la noche, en la cueva/cárcel de música y afgano que es mi cuarto, cuando duermo mis sueños despiertos, se respira esa humedad de pelo, todavía, y me vuelve de golpe, en la mitad del túnel de la noche, la lámina en contraste de mi desnudo al sol -quicio de la ventana- cuando la luz sacaba esquinas a mis caderas (apenas esquinadas) y el sol volvía a ser negro, como lo es en su origen de carbón, en mi melena negra de niña.

No hay comentarios: