lunes, 28 de abril de 2008

TOS

Los bronquíticos. La bronquitis es una multitud. Cuando tengo bronquitis y toso, es como si apaleasen una alfombra histórica: miles de cuerpos mediocres, de yoes escondidos se desprenden de mí, quedan indecisos en el aire de diciembre.
Cuando estoy sana, soy yo sola. Bronquítica soy una multitud. Una multitud compacta, acantonada en mí, acuartelada en mi pecho, una horda de tiñosos, una turbia turba de harapientos que se esparcen en torno y me dan corte y rubor. Los bronquíticos viven en uno como los bacilos de la bronquitis.
Lo que quieren es quilombo, que yo tosa mucho, para hacerse notar ellos, salir al exterior, ir y venir. Todos mis yoes frustrados, oscuros, enfermos, miedosos, mediocres, tontos, acatarrados, viven la fiesta de la bronquitis, la bronquitis como una fiesta.
Si me pongo a trabajar y toso, los bronquíticos, como peregrinos medievales y juerguistas de la Vía Láctea, me lo revuelven todo, me escupen los papeles, tiñen de ocre/verde de esputo el amarillo matinal de estas hojas (amarillo que nunca verás, N.)
Si asisto a un almuerzo o cena elegante, los bronquíticos me dejan mal parada, tosen en los platos, gargajean por sobre el manjar de la señorita de al lado:
-Parece mentira, Valdez, ya vino usted con todos sus rojos.
Y a ver cómo le explico yo a la marquesa de los miércoles que no son rojos, sino bronquíticos, la Internacional de los bronquíticos.
Se ponen tan insoportables y tan salidos que al final me voy, con todos ellos embozados en mi bufanda roja, a visitarte, que sos quién esconde mis medicinas, junto a los hermosos huevos de oro, en una cómoda de tu casa incómoda.
Vos, como siempre, querés hablar de Keats e incluso de Yeats, contar cosas de tu lejana familia de La Plata, o la última canción que compusiste, o del último cuento que te inventaste sobre el gato, que dormita en un almohadón que tiene bordado un gato. Pero los bronquíticos se impacientan, no están para historias, sólo quieren echarse un polvo.
No son infinitamente escuchadores de tus cosas, como yo.
Hasta que, mirándome con amor, sacás de algún cajón mis medicinas y entonces los trescientos bronquíticos, uno por uno, nos vamos beneficiando de vos y tenemos una fiesta sexual sucia, intensa y mediocre. Ya de madrugada, yo, desnuda y con una cinta cadmio en el pelo, les voy dando nesquik a todos los bronquíticos, a vos y a mí misma, y todos tosemos dulcemente en sueños, comida de bacilos nuestra alma barroca.

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