lunes, 7 de julio de 2008

Se despierta en una conspiración de frío y teléfonos y luego va a la ducha helada, deja que el mes haga presa en su cuerpo, mira cómo el frío canta entre sus muslos.
Grabado abrileño, el cielo es un laberinto de patios interiores. Y la niña desnuda, hace cafés, tés, nesquik, le da al gato paté caro y observo sus idas y venidas, la naturalidad adolescente con que su pelo, su cabeza Salcillo y sus pies puros recorren la costumbre entra platos caidos y prospectos.
Se viste de hospiciana oscura, como nena de Dickens, con pollera y medias negras, o se viste de punk, con vaqueros cansados y Doctor Martens; o se viste de niña de provincias, una cosa tras la otra, delante del espejo, hasta que al final se viste de Álvaro Cunqueiro, y luego lo desecha y va de princesita pintada por Ucello, que les ponía a los caballos las dos patas de un lado moviéndose al unísino, el antitrote, y, por eso mismo, los más bellos y líricos e imposibles caballos de lo équido, los que trotan por siempre en la pintura:
-Me gustaría cogerme un caballo-dice ella.
El gato la sigue a todas partes.
Cuando va a clase, con serpentinas y libros de bichos, nada que se relacione con la asignatura, la Hola para ver a las princesitas y sus embarazos, yo me quedo pensando que es criatura.
Sola entre cuatro gritos, leo diarios meados por el gato y pienso en ella, vestida por Ucello de morados celestes para viajar con los universitarios. Cuando el profesor le pregunta algo, se pone los anteojos de Johnny Cash, de pie tras su pupitre vestida de madonina, y le dice sonetos de Petrarca al profesor pelado, que sólo ha preguntado sobre la declinación latina declinante.

1 comentario:

Unknown dijo...
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